Wendy Piquett
lunes, 19 de agosto de 2019
sábado, 31 de enero de 2015
El principal motor de la Independencia fue
interno. La
crisis de los 1700 afectó al equilibrio de poder que se había establecido entre
el Estado colonial, representante de los intereses metropolitanos, y los grupos
de propietarios locales. Al consolidarse el sistema hacendario, la burocracia
estatal perdió su injerencia en la vida económica. La mayoría de los
trabajadores quedaron vinculados en forma directa y cada vez más estrecha al
poder latifundista. Por otra parte, las trabas comerciales implantadas por la metrópoli
afectaban a los grupos importadores y exportadores. Las clases terratenientes y
los comerciantes consolidaron su control de las economías locales y regionales,
en tanto que la burocracia española conservaba solo el manejo político. Este
divorcio entre el poder económico social y el poder político se resolvería en
favor de las clases dominantes locales, que, una vez que manejaban ya el
aparato productivo, se lanzaron a captar la dirección política. Los cabildos
que tenían a su haber una vieja tradición de protesta de los criollos cobraron
a fines del siglo XVIII enorme importancia.
Los
grandes protagonistas de la Independencia, los patriotas, fueron los notables latifundistas, a los que se
sumaron lo que podríamos denominar grupos medios de la sociedad colonial, entre
ellos los intelectuales, que dieron un sesgo radical al proceso. Los grupos
populares urbanos, básicamente artesanales y el pequeño comercio, fueron
reticentes al principio, y solo apoyaron la rebelión anticolonial en estadios
posteriores de la lucha. En las masas indígenas, protagonistas de muchos alzamientos
en las décadas previas, había la conciencia de que los beneficiarios de la
autonomía eran justamente los terratenientes que habían contribuido a la
sangrienta represión de esos alzamientos.
Por
ello, los pueblos indios solo excepcionalmente apoyaron las luchas
independentistas. Y cuando lo hicieron, en muchos casos respaldaron a las
fuerzas españolas. Los negros, en cambio, cuando vieron que su participación en
la guerra les permitiría librarse de la esclavitud o ascender en la sociedad,
se integraron en los ejércitos patriotas. La jerarquía de la Iglesia, por su parte,
se mantuvo leal a la Corona, aunque hubo muchos clérigos que abrazaron la causa
independentista.
En los
territorios de la jurisdicción de la Audiencia de Quito, en el período que va
desde la primera década del siglo XIX hasta la fundación de la República del
Ecuador, se distinguen dos etapas. La primera cubre el proceso independista. En
ella pueden distinguirse tres momentos: de 1808 hasta 1812, de 1812 hasta 1820
y de 1820 a 1822. La segunda etapa corresponde a los años de vida del país
dentro de la Gran Colombia.
La Revolución de Quito (1808-1812)
La
intervención napoleónica en la península ibérica convirtió a las autoridades de
los virreinatos y audiencias en representantes del usurpador. Así surgió en
América la idea de sustituirlas por juntas,
integradas por criollos que gobernarían a nombre del “monarca legítimo”. En
Quito fue develado un intento de este tipo en 1808. Sin desanimarse por el
fracaso, los conspiradores formaron la Junta
Soberana que se hizo cargo del
mando el 10 de agosto de 1809. El marqués de Selva Alegre fue nombrado
Presidente. En el hecho se destacó la acción de Morales, Quiroga, Riofrío, Ante
y de doña Manuela Cañizares.
La
vida de la Junta fue precaria. El apoyo esperado de Cuenca, Guayaquil y Pasto
no pudo conseguirse. Las autoridades españolas controlaron la situación. La milicia
quiteña no logró atraer a los grupos populares y no alcanzó un nivel aceptable
de organización. El virrey de Lima envió una fuerza militar que cercó Quito. El
de Bogotá dispuso la invasión por el norte. Débil y vencida, la Junta Soberana se disolvió. Las
autoridades españolas ofrecieron en principio “perdón y olvido”, pero apresaron
a cerca de una centena de revolucionarios y los castigaron con sentencias de
muerte y expulsiones. Como reacción, el 2 de agosto de 1810 el pueblo de Quito
se lanzó a la toma de prisiones y cuarteles. Éste fue pretexto para que las
tropas realistas hicieran una carnicería.
La
llegada a Quito de Carlos Montúfar, hijo del marqués de Selva Alegre, como comisionado regio del Consejo de
Regencia español, motivó la formación de una nueva Junta de Gobierno en la que Montúfar tuvo gran influencia.
Un congreso expidió los Artículos del
Pacto Solemne de Sociedad y Unión entre las Provincias que forman el Estado de
Quito. Esta primera carta constitucional reconocía como monarca a Fernando VII y establecía división de
poderes, gobierno electivo, representativo
y responsable, y alternabilidad en las funciones públicas. Esta Junta también
duró poco. Fue vencida por las
fuerzas españolas. A finales de 1812, el país estaba de nuevo firmemente controlado.
Los
protagonistas del proceso fueron poderosos latifundistas, para cuyo manejo
político la burocracia española era un impedimento. Una vez instalados en el
mando, suprimieron las contribuciones de los blancos, manteniendo las de los indios, e hicieron desaparecer la constancia de las cuantiosas
deudas que habían contraído con la Corona por compra de tierras. Los notables
criollos fueron los usufructuarios de la libertad.
Pero no es posible entender el sesgo ideológico del proceso sin la
participación de intelectuales venidos de las capas medias, los “radicales” de
la causa, como Morales y Quiroga.
El
fracaso militar de la Junta Soberana se ha adjudicado a la poca respuesta
popular que logró el movimiento. El pueblo se dio perfecta cuenta de que esa libertad no le beneficiaba. Solo
cuando la dirigencia insurgente logró imponer su propia visión de la independencia
como necesidad general, obtuvo cierta movilización de artesanos y pequeños
propietarios, que emprendieron acciones insurgentes como la del 2 de agosto.
El
triunfo realista (1812-1820)
De
1812 hasta 1820 se vivió una tensa calma en la Audiencia de Quito. En España se
precipitaban los acontecimientos. Vuelto Fernando VII al trono, desconoció la
Constitución de Cádiz e inició un gobierno autocrático, reaccionario y
represivo. Esto se hizo sentir en América. Dejando de lado cualquier avance
constitucionalista o autonomista, el Rey intentó volver a las colonias a la
situación anterior a las guerras napoleónicas. Esto precipitó la ruptura.
Durante
la segunda década del siglo XIX, los impulsos independentistas fueron madurando
en Guayaquil. El respaldo a las autoridades realistas, que se dio frente a los
movimientos de Quito (1809-1812), dio paso a la demanda por la total autonomía.
Las acciones contra el puerto, por parte de los marinos ingleses al servicio de
la independencia del Cono Sur, demostraron que los españoles carecían de los
recursos necesarios para defender Guayaquil, cuya vida estaría cada vez más a
merced de las fuerzas navales insurgentes. El hecho pesó en una ciudad liderada
por comerciantes, a la que llegaban regularmente noticias de los triunfos de
Bolívar y de San Martín.
Los
notables guayaquileños proclamaron su independencia el 9 de octubre de 1820.
José Joaquín de Olmedo fue la figura del pronunciamiento. Junto a él
estuvieron, entre otros, Febres Cordero, el jefe militar; Escobedo, Jimena,
Roca y Espantoso, que formaron parte de las juntas, Provisional y Suprema, que
se sucedieron en el mando. El ejemplo porteño impulsó varios movimientos en el interior.
El más importante fue el de Cuenca, que proclamó su independencia el 3 de
noviembre de 1820.
Una de
las primeras acciones de Guayaquil independiente fue intentar liberar al resto
de la Audiencia. Luego de algunos éxitos, el ejército guayaquileño sufrió
derrotas que lo obligaron a replegarse. En estas circunstancias se recibió el
refuerzo enviado desde Colombia por Simón Bolívar, que destacó a su mejor
general, el venezolano Antonio José de Sucre, para que dirigiera las operaciones.
Además del encargo militar, Sucre traía la comisión de gestionar la anexión de Guayaquil
a Colombia, pero la resistencia obligó a postergarla. Luego de un primer intento
no exitoso, Sucre logró seguir a la Sierra y llegar cerca de Quito. En la
mañana del 24 de mayo de 1822 derrotó a los realistas en las faldas del volcán
Pichincha. Esa batalla definió el curso de la independencia de lo que hoy es
Ecuador. Quedó pendiente en el Sur la independencia de Perú.
Después
del fracaso de los intentos iniciales, la independencia de lo que hoy es el
Ecuador solo pudo concretarse cuando las élites ampliaron la base social de las
fuerzas insurgentes con la convocatoria a otros sectores sociales, y cuando se
recibió la ayuda de Colombia. Es decir, el proceso logró ser exitoso cuando
convocó a los actores populares de apoyo, y cuando se integraron los esfuerzos
de diversos ámbitos coloniales contra las fuerzas metropolitanas. Fue una acción
de dimensiones continentales. La guerra se levantó desde Venezuela, Nueva
Granada y Quito, y también desde Buenos Aires y Chile, para confluir en el
Perú.
EL
ECUADOR EN COLOMBIA
Luego
de la victoria, los notables quiteños resolvieron la anexión del distrito a
Colombia. Cuenca había hecho otras tantas semanas antes. En Guayaquil, en
cambio, hubo resistencias para dar ese paso. Bolívar tuvo que usar la fuerza
para conseguirlo. Así, lo que hoy es Ecuador quedó integrado a Colombia con el
nombre de Distrito del Sur que,
a su vez, fue dividido en tres departamentos que seguían las antiguas unidades
regionales con capitales en Quito, Guayaquil y Cuenca.
La
República de Colombia había sido fundada en 1819, en plena guerra
independentista, como una unión de Venezuela y Nueva Granada, con la
expectativa de que también se uniera Quito, como en efecto sucedió. Era un
intento de crear un gran país, que sería un referente continental. El general
Simón
Bolívar fue elegido presidente de la República. Pero justamente por las
urgencias de la campaña, no pudo ejercer el mando, que quedó en manos del vicepresidente
Francisco de Paula Santander, que imprimió en su administración un sesgo
liberal. Organizó juntas de protección de la agricultura y el comercio, impulsó
una política librecambista, declaró ilegal el trabajo gratuito de los indígenas,
estableció un salario mínimo, impuestos directos e impulsó seriamente la
abolición del tributo indígena. Esta política lo puso en conflicto con los
grandes latifundistas. Con el tiempo se enfrentó a Bolívar, que pugnaba por
mantener la unidad de Colombia e impulsar la integración de las nuevas
repúblicas americanas.
Por
algunos años, Bolívar dirigió la guerra y gobernó el Perú. Además de las
cuestiones peruanas, le preocupó entonces su plan de convocar un gran congreso
en Panamá para gestar la unión de los países hispanoamericanos. También propuso
un proyecto de Constitución para Bolivia, que se había creado en su homenaje.
En 1826 estaba ya de vuelta en Bogotá y asumió la Presidencia de Colombia.
Pero
la tarea le resultó muy difícil por las fuerzas de dispersión y por las
conspiraciones, inclusive las de su Vicepresidente. Sus enemigos lo combatieron
sin tregua y hasta intentaron asesinarlo. En una ocasión lo salvó de la muerte
su compañera quiteña Manuela Sáenz. Los conservadores se agruparon alrededor de
Bolívar, en tanto que Santander congregaba a los liberales y partidarios del
federalismo.
Luego
de su experiencia en Perú y frente a la situación de Colombia, el Libertador
agudizó su tendencia centralista. El temor de la movilización popular, la
liberación de los esclavos, la integración de los pardos y del federalismo llevaron a Bolívar a posturas godas, centralistas y conservadoras.
“No
aspiremos a lo imposible –insistía– no sea que por elevarnos sobre la región de
la libertad, descendamos a la región de la tiranía. De la libertad absoluta se
desciende siempre al poder absoluto”. En su propuesta de Constitución para
Bolivia proponía un presidente vitalicio, senado hereditario y otras
instituciones cercanas a la monarquía. Bolívar vio que se resquebrajaba la
unidad de Colombia y asumió la dictadura. Pero esto agudizó las tensiones y la
dispersión. Venezuela se separó de Colombia. Al fin, en 1830 el Libertador
renunció al poder. En poco tiempo se enteró que el Mariscal Sucre había sido
asesinado (4 de junio). El 17 de diciembre murió camino al exilio. La gran República
que creó se había disuelto.
Hacia
la separación del Sur
La
etapa Gran Colombia fue de gran agitación para el Distrito del Sur. La guerra
de emancipación del Perú absorbió enorme cantidad de sus recursos, hasta que
culminó la campaña en Ayacucho en 1824. El actual Ecuador llegó a pagar por esa
guerra tres veces más que el resto de
Colombia.
En 1829, cuando las tropas peruanas invadieron el país por el sur, el Mariscal
Sucre fue encargado de la defensa y venció al ejército invasor en Tarqui (27 de
febrero). También en ese caso, los Departamentos del Sur sufrieron la carga más
pesada del esfuerzo bélico. Se firmaron acuerdos de paz y, posteriormente, un
tratado con limitación de fronteras, pero el conflicto territorial quedó pendiente.
Al fin, en 1830, cuando la Gran Colombia estaba ya virtualmente disuelta, el
Distrito del Sur se separó para formar un Estado autónomo.
Los
latifundistas quiteños resistieron las políticas de Santander, especialmente
las medidas librecambistas que perjudicaban la producción textil, y las reformas
igualitarias que afectaban la estructura jerárquica corporativa, tan acentuada
en la sociedad quiteña. Por ello, los notables de Quito aceptaron entusiasmados
la idea de la dictadura de Bolívar. En Guayaquil, los terratenientes y comerciantes
del puerto, reticentes en principio a la anexión, encontraron que las políticas
de
Santander
les favorecían. Por ello mantuvieron su lealtad a Colombia mientras en Quito
había agitación. Pero cuando cayeron las exportaciones al final de los años veinte,
y se reactivaron vínculos de comercio con Lima, las tendencias autonomistas
renacieron. Las rebeliones de esclavos los llevaron a pensar en la necesidad de
mayor represión. Cuenca también experimentó una reactivación del comercio con
Perú. Esto reafirmaría sus reivindicaciones de autonomía. Por motivaciones diversas
y hasta contradictorias, las élites dominantes regionales del Distrito del Sur
fueron llegando al rompimiento con Colombia.
Cuando
se trata de explicar la desmembración del gran país ideado por Bolívar resulta
claro que, al conflicto de intereses entre oligarquías regionales, se unió la
inexistencia de una clase social con capacidad para llevar adelante un proyecto
nacional que fuera más allá de las presiones localistas y regionales. A estas
causas de dispersión interna se sumó la política de debilitamiento de las
potencias capitalistas interesadas en que no se consolidara un gran Estado, sino
unidades políticas pequeñas, débiles y manejables.
El
naciente Ecuador
El 13
de mayo de 1830 las corporaciones y padres de familia de Quito resolvieron
“Constituir un Estado Libre e Independiente, con los pueblos comprendidos en el
Distrito del Sur y los más que quieran incorporarse, mediante las relaciones de
naturaleza y de recíproca conveniencia”. Semanas después, en agosto, se reunió
en Riobamba la primera Asamblea Constituyente. Uno de los problemas que afrontaron
los “padres de la Patria” fue cómo bautizarían al nuevo país. El tradicional
nombre de Quito, herencia indígena mantenida por la Real Audiencia, despertó
resistencia entre los representantes guayaquileños y cuencanos. En aras de la
unidad se resolvió llamar al nuevo Estado como lo habían hecho los sabios
franceses que lo visitaron años atrás para hacer estudios sobre la línea
equinoccial. De este modo nació el Ecuador.
La
característica del país en su nacimiento fue la regionalización. Tres espacios
que habían prevalecido en el último período colonial se consolidaron. La Sierra
centro-norte, con su eje Quito, retuvo la mayoría de la población y la vigencia
del régimen hacendario. La Sierra sur, nucleada alrededor de Cuenca, tuvo una
mayor presencia de la pequeña propiedad agrícola y la artesanía. La cuenca del
río Guayas, con su centro en Guayaquil, experimentó un acelerado crecimiento
del latifundio cada vez más vinculado a la exportación, y sufrió una declinación
de la pequeña propiedad agrícola. Estas regiones mantenían precarias relaciones
entre sí. Cada cual estaba vinculada económicamente al sur de la actual
Colombia, al norte del Perú o a la costa pacífica, pero no constituían entre
ellas un mercado que las articulara.
Las
guerras de la independencia deterioraron los frágiles vínculos económicos y sociales
entre las regiones y redujeron el comercio internacional que, con la ruptura
colonial, fue orientándose cada vez más hacia las potencias capitalistas,
especialmente a Gran Bretaña, que luego de las dos primeras décadas de la
República se constituyó en la principal contraparte comercial. El desarrollo
del comercio externo aceleró el crecimiento poblacional y económico de la
Costa, pero al principio no logró articular toda la economía del país. Eso
sucedería en las décadas finales del siglo XIX.
jueves, 15 de agosto de 2013
Aquí
se encuentran los monumentos de mayor historia.
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Es el
parque más antiguo que posee la ciudad. En sus árboles viven
decenas de iguanas, de allí que se lo conozca también como el Parque de las
Iguanas. El parque se encuentra entre las calles Chile, Chimborazo, Clemente
Ballén y 10 de agosto.
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El Parque
Histórico Guayaquil es un espejo en el que reconocemos las tradiciones que
constituyen nuestro origen como ciudad y la raíz de nuestra cultura.
Este está dividido en tres zonas: de vida silvestre, de tradiciones y urbano
arquitectónica.
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El Parque
El Lago es un sitio para relajarse donde los visitantes pueden disfrutar de
picnics, paseos por el lago y de caminatas. Es un parque ecológico que
contempla áreas de recreación y cuidado de la naturaleza al alcance de todos
los visitantes ecuatorianos y extranjeros.
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Dándole
un tono de sobriedad y como gran final de la Avenida Olmedo, la que termina
en el Malecón, se encuentra el monumento al prócer José Joaquín de Olmedo,
primer alcalde de la Ciudad y Precursor de la Revolución del 9 de Octubre de
1820.
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lunes, 18 de junio de 2012
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